«El que haya visitado la ciudad de Ronda, esa población fantástica y única en el mundo que, a pesar de aparecer rota y dislocada como la sierra que la circunda sonríe y muestra su semblante apacible y bondadoso; guardando con orgullo, sus piedras milenarias doradas por el sol de los siglos, sus casas asomadas a las roca ‘picudas y espantosas, los restos de sus inexpugnables torres y murallas, sus vicios solares abrumados de heráldicos escudos, y su famoso Tajo, peñasco que el mandoble de algún titán dividió en dos partes, por cuya profunda herida se precipita el rumoroso Guadalevin, eseTajo que viene a ser como el monumento grandioso que levantó la naturaleza para que sirviese de soberbio pedestal a la población, blanca como la nieve de sus montañas, luminosa como un amanecer, gentil como una sultana de ensueño y brava como leona de los bosques africanos.
Si el viajero, digo, ha visitado y recorrido sus interesantes monumentos arquitectónicos, habrá observado que a la entrada de la Iglesia parroquial del Espíritu Santo, edificada por orden de Fernando V el Católico, para conmemorar el hecho glorioso de la reconquista, sobre una torre avanzada de su formidable castillo, llamada de las Ochavas, una baldosa de mármol que lleva marcada, en su Centro, la huella de la herradura de un caballo que camina en sentido contrario del visitante.
Dice la tradición que, esta piedra así sellada, fue la primera de la ciudad que pisó el caballo que montaba el ínclito monarca aragonés cuando entró triunfal en Ronda. Primer paso que quedó impreso de modo indeleble para recordar a las generaciones futuras la hazaña heróica y portentosa; añadiendo que aquel rey, para despistar al enemigo, fuertemente atrincherado detrás de los numerosos torreones y defensas naturales, valiose del ardid de ordenar fuesen cambiadas las herraduras de los caballos de su ejército para así, hacer creer a los de Ronda, que se alejaba y desistía de poner cerco a la antigua corte de Abomelik.
Meditando sobre la relación que pueda haber entre esta tradición con la realidad del hecho histórico, hemos visto que, efectivamente, coincide con lo acaecido; claro es que con ligeras modificaciones, exageraciones e ingenuidades hijas de la influencia popular, pero sin que ésta venga a desvirtuar, en modo alguno, lo fundamental de la verdad histórica.
Cuando en el año 1485 operaban en la provincia de Málaga las fuerzas de los Reyes Católicos, resueltos y decididos a conseguir y completar la unidad nacional, informado el marqués de Cádiz de quelos moros rondeños con mucha gente de la Serranía, al mando de Hamet e Zegrí se hallaba escaramuceando y corriendo los campos de Medina Sidonia, el Rey, aprovechando tan preciosa ocasión, destacó sin perder momento, un Cuerpo de ejército de 8.000 infantes y 3.000 caballos con la artillería que habla servido para batir a Coín y Cártama; distrayendo las fuerzas enemigas con un simulado ataque sobre Loja, lo que dió lugar a la tradición que nos ocupa. Porque las huellas de las herraduras se alejaban de la ciudad. Ardid empleado para dar lugar a que fuesen transportados los cañones y lombardas. Para salvar las veredas, íban delante azadoneros y otros con hachas, picos y palas cortando árboles, desbrozando terrenos y abriendo anchos caminos. Logrado esto revolvió, haciendo un gran rodeo sobre Ronda, y protegido por las £ombras de una noche oscura llegó a los muros antes de que el alba, de un dia espléndido de mayo, extendiese sus gasas claras sobre la ciudad.
Sus habitantes ,viéronse sorprendidos con la aparición inopinada de las huestes cristianas, y cuando acudieron con gran pavor y gritería a las armas, sonaban ya por fuera los disparos de la artillería.
El propio Rey había sentado sus reales en el lugar en donde hoy se alza la iglesia del Convento de San Francisco. A su mano izquierda, en la Torre del Predicatorio, se situó el condestable de Castilla, dándose la mano con el conde de Cabra y el alcaide de los Donceles y a continuación, en las Huertas de los Molinos, el maestre de Alcántara y el conde de Benavente. Al lado opuesto, a la derecha del Real, en la Fuente de San Nicasio, acampó el duque de Medina. A continuación, el conde de Buendia. y el adelantado de Cazorla. El cerro de la Pedrea, lo coronaban las gentes del almirante don Alfonso Enriquez y la del marqués de Santillana. Las fuerzas de los duques de Alba, Alburquerque y Treviño ocupaban el rio Grande. En la colina de los caballeros, el conde de Tendilla y el prior de San Juan. En el cerillo del camino de los Tejares, el marqués de Cádiz. Al pie de las Peñas, por la Cruz de San Jorge, el cónde de Belalcazar, con don Enriquez tío del Rey y en el hoy Mercadillo, cerrando el cerco, don Tello de Girón, maestre de Calatrava y fuera del Real y para su defensa. andaban el maestre de Santiago, el duque de Feria, el conde de Rivadeo, el comendador mayor de León y el de Castilla.
La persona del Rey estaba custodiada por las compañías de los guardas viejos de Castilla y la de los solariegos hidalgos de Vizcaya y Extremadura.
Al amanecer del día catorce del dicho mes, ordenó don Fernando el ataque. La artillería se distribuyó en tres puntos:
uno frente a la fuente de San Nicasio que batía los lienzos de la torre de las Ochavas, otro, en el real del condestable, disparando sobre las murallas bajas de la puerta de Almocabar, y la tercera batería de lombardas grandes en la eminencia de los Tejares, que hacía un fuego mortífero sobre el caserío.
Al cuarto día de bombardeo había desalmenado algunas torres y aportillada la muralla por la parte que aún se ve en ruinas próxima a la Iglesia del Espíritu Santo. Inútilmente los defensores acaudillados por el aguacil mayor, procuraban resistir al abrigo de las barricadas formadas en las calles, mientras los soldados de los maestres de Alcántara y Santiago penetraban a cuerpo descubierto, por la brecha, y, avanzando por las calles las limpiaban de los maderos y piedras que las obstruían; la población, horrorizada, se refugiaba, precipitadamente. en el soberbio Alcázar.
En poder ya de los cristianos la ciudad, fué cuando acudió Hamet el Zegrí con sus fieros montañeses en socorro de Ronda; pero atajado en las angosturas de la sierra por las compañías que guardaban aquellos parejes, tuvo que detenerse y oir mal de su grado el altivo capitán, el estampido de las lombardas y el estrépito de las torres del Alcázar rondeño que caían formando un colosal hacinamiento de escombros.
La escasez de víveres y las ruinas de la fortaleza, movió a las gentes a capitular con tal de que se les diera seguro de vidas y haciendas, y autorización para trasladarse a Africa, a Granada o para vivir como mudéjares en el reino castellano. Fernando aceptó las condiciones, añadiendo que habían de entregar todos los cristianos cautivos.
Después de convertir en templos todas las mezquitas de Ronda, entró el Rey en la ciudad, precedido de solemne procesión, el día 20 de Mayo del expresado año 1485, por la puerta del Almocábar. La principal de las tres que al exterior tuvo Ronda Musulmana, conservándose todavía en buen estado. Antiguamente, estuvo unida a las murallas que circundaban la ciudad. Se compone de una especie de torreón con cuatro puertas con arcos de herradura que comunicaban con el interior.
Posesionado el monarca de la población, nombró al conde de Rivadeo alcalde de Corte, cuyo funcionario había de deslindar las casas sin dueño y las heredades baldías que debían distribuirse entre los conquistadores.
Otra, tradición sin confirmación histórica señala el pesebre tallado en piedra para el caballo de la reina Isabel, junto a la torre del Predicatorio. Los historiadores niegan que dicha soberana estuviese en el cerco y toma de la ciudad.
La Reina Católica estuvo en Ronda, acompañando al rey su esposo, cuando la rebelión de los moriscos de la Serranía. Se alojó, según otra afirmación tradicional, en el palacio de Mondragón, donde bordó el estandarte que regaló a la ciudad, que recordamos haber visto en nuestra niñez en la iglesia del Espíritu Santo. En dicho palacio de Mondragón tuvo la pena de ver morir a Velazquillo, su bufón, cuyo cadáver ordenó fuese enterrado en Santa Maria la Mayor.»
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